Mario
vivía en el último piso de un gran rascacielos en medio de la
ciudad. A menudo miraba por la ventana para ver el los tejados de las
otras casas y observar el cielo. Lo que más le gustaba a Mario era
pintar cielos. Tenía una gran variedad de ellos y siempre los
regalaba a su familia por Navidad. Papá prefería los cielos azules,
luminosos, sin una sola nube. Ana, su hermana, siempre elegía los
que estaban cubiertos por nubes blancas, filamentosas, como una
hermosa cabellera. Mamá prefería las nubes redondas, esponjosas,
blandas, como el algodón. Algunas veces, muy pocas, Mario se
enfadaba y entonces pintaba cielos con nubes negras, de tormenta.
Pero estos no le gustaban a nadie.
Los
amigos preferidos de Mario eran los pájaros. En su azotea anidaban
pájaros de todas las especies que con sus colores y cánticos le
alegraban todas las mañanas y todos los atardeceres. El pájaro más
grande de todos era la cigüeña Alberta que era casi tan grande como
mamá. Mario, que no pesaba mucho, se montaba en su espalda y ambos
sobrevolaban la ciudad. Cuando volaba, Mario se imaginaba que sus
problemas se quedaban a pie de calle mientras él los saludaba desde
lejos y se sentía muy feliz. A Alberta no le sentaba bien el frío
y siempre se iba a Africa durante los inviernos dejando a Mario sin
sus fabulosos vuelos. Pero ese año el invierno había sido muy
cálido y Alberta se había quedado a su lado.
Pronto
llegaría la Navidad y las calles ya estaban adornadas con luces de
colores. Los árboles, los belenes, los villancicos y los grandes
centros comerciales repletos de juguetes anunciaban que Papá Noel y
los Reyes Magos estaban preparándose para su reparto de juguetes
anual. Pero al contrario que la mayoría de los niños, Mario no se
sentía feliz, más bien estaba preocupado. Una de las personas que
más quería en el mundo, su abuelo, había estado muy enfermo ese
año y Mario quería hacerle un regalo muy especial el día de
Nochebuena, quería regalarle “el
cielo más bonito del mundo”.
Pero ¿cuál era el cielo más bonito del mundo? Desde su ventana
sólo se veían cielos azules y grises. Tal vez en algún país
lejano hubiera cielos extraordinariamente hermosos, con colores vivos
como el rojo, rosa, violeta, verde, amarillo, marrón... que él
nunca había visto. Si quería pintar el cielo más bonito del mundo,
tendría que salir a buscarlo. Aunque le daba un poco de miedo, Mario
decidió emprender tan arriesgada aventura a lomos de su amiga
Alberta y el primer día de Diciembre salieron juntos a buscar el
cielo más bonito del mundo. El corazón de Mario latía muy deprisa
porque era él nunca había ido tan lejos, cuando Alberta, segura y
majestuosa como la reina de los cielos que era, levantó el vuelo y
puso rumbo a los lugares más alejados y exóticos.
El
primer lugar que visitaron fue un extenso desierto. Desde lo alto, se
veía un enorme mar de arena de color marrón. Todo estaba muy vacío.
No se veía nadie a quien poder preguntar. Mario ya había decidido
irse cuando, repentinamente, salió una graciosa lagartija de entre
la arena.
- Buenos días, señora lagartija- dijo Mario-. Estoy buscando el cielo más bonito del mundo ¿Lo ha visto usted?
- Yo no sé mucho sobre el cielo. Generalmente estoy entre la arena, y solo salgo a la superficie de noche, cuando hace más fresco. Entonces el cielo es negro y está adornado con multitud de pequeñas luces brillantes. Es muy bonito.
- ¿Pero nunca ha visto usted un cielo de color verde, rosa o marrón?
- No, de noche siempre está negro.
Mario
y Alberta dieron las gracias a la lagartija, se despidieron y volaron
hacia la selva. Fue muy difícil encontrar un lugar para aterrizar en
un sitio tan frondoso. Los árboles eran tan grandes que no dejaban
que la luz del sol llegara al suelo.
- Señora cacatúa – Mario se dirigía a un pájaro de bellos colores – dígame, ¿Qué colores tiene el cielo aquí?
- Pues, a veces está azul, pero otras está cubierto de nubes. Cuando llueve, todo se vuelve gris.
- ¿Y nunca está el cielo verde, amarillo, o rosa? - preguntó Mario.
- Pues no, creo que no, aunque con tantos árboles es difícil verlo.
Mario
y Alberta se alejaron de la señora Cacatúa un poco desilusionados
por su nuevo fracaso y continuaron su viaje. Pronto se encontraron
sobrevolando un gran océano.
- ¡Peces del agua!, ¿Me oís? Soy Mario, y me gustaría saber cómo es el cielo aquí, en medio de este gran océano. ¿Qué colores tiene?
- Glub, Glub, nosotros sólo vemos el cielo a través del agua. Es azul verdoso, con muchos reflejos brillantes. De noche, es negro. Glub, Glub. negro, de noche es negro. ¿Es ese el color que buscas?
- No, ese color no me vale. Gracias de todos modos.
Mario
estaba muy triste. Aún no había encontrado el cielo más bonito del
mundo y se acercaba el día de Nochebuena en el que toda su familia
se reunía a cenar y se intercambiaban regalos. Decidió volver a
casa y regalar a su abuelo uno de los cielos grises que había
pintado durante el otoño. Cuando Alberta comenzó sobrevolar el gran
rascacielos, sus padres, su hermana Ana, su abuelo y todos sus
pájaros lo estaban esperando en la azotea. Mario sintió una gran
emoción al verlos y las lágrimas resbalaron por sus mejillas,
cayendo al asfalto como una suave lluvia. Fue entonces cuando salió
el Sol y todos los colores se derramaron por el cielo formando un
inmenso arco iris. Mario, con sus lágrimas, había pintado el cielo
más bonito del mundo y
toda su familia pudo disfrutar de él.
Hermoso cuento Aurora, muy dulce. Felicitaciones.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Moli.
ResponderEliminarEste cuento ha sido elegido para su publicación en "Los cuentos de la abuela Amelia", editado por La Cesta de las Palabras.
http://www.lacestadelaspalabras.com/
Un abrazo