domingo, 23 de octubre de 2011

El centro del mundo

Todo comenzó inadvertidamente. Sara estaba en la ducha cuando sonó el teléfono y, como de costumbre, no llegó a tiempo de responder. Era Jaime, un antiguo compañero de trabajo ahora destinado en una lejana ciudad ¿Qué querrá Jaime? Hace mucho que no nos vemos, ni siquiera envía ya la cortés felicitación navideña que era habitual en los primeros años después de su marcha ¿Le habrá ocurrido algo? Sara estaba deseosa de saber el motivo de la llamada de Jaime.
-Hola Jaime, soy Sara, ¿me has llamado? - La verdad es que podría haber dicho algo más original.
-Hola Sara, sí te acabo de telefonear. Perdona que te llame después de tanto tiempo, pero es que me han invitado a dar una conferencia en Macumbo y me he acordado de tí ¿No eras tú de allí? He pensado que me podrías ayudar a preparar el viaje, aconsejarme qué lugares visitar, qué llevar, los mejores hoteles,... La verdad es que si no tienes otros planes, me gustaría que me acompañases. Yo nunca he ido y,..., bueno, preferiría ir contigo. Tienes tiempo para prepararte, es dentro de quince días. Podríamos salir el Viernes y pasar el allí el fin de semana.
Sara hacía mucho tiempo que no iba a Macumbo. Era el lugar donde pasó su niñez. Pero se marchó a los dieciocho años, una noche mientras la ciudad dormía, ignorada por sus vecinos que nunca advirtieron su ausencia ni la de su familia. Y nunca volvió ¡Hacía tanto tiempo de aquéllo! Ya no recordaba las causas y detalles de la huída. Lo único que sabía es que nunca había pensado volver.
-Bueno, no sé, hace muchos años que no voy por allí. Seguro que todo ha cambiado desde entonces. No creo que te pueda ser de ayuda.
-Insisto, Sara, me gustaría que me acompañases. Estoy seguro de que me podrás ayudar.
-Déjame que compruebe mi agenda y mañana te digo.
Sara colgó el teléfono pensativa. La inesperada llamada de Jaime parecía providencial ¿Habría llegado el momento de volver a Macumbo? ¿O simplemente es que Jaime aburrido buscaba una pequeña aventura? La verdad es que Sara era demasiado vieja para una aventura amorosa, los hombres con esas intenciones buscan mujeres jóvenes y atractivas. En un tiempo Jaime y ella habían sido buenos amigos, pasaban largas tardes trabajando en la redacción del periódico y siempre se despedían con un café en el bar de la esquina. Estaría bien volver a contactar con Jaime y saber cómo le va. Macumbo no era su lugar preferido en el mundo, pero allí estaba su origen y tal vez era el momento de re-conocerlo.
El Viernes por la tarde Jaime y ella partieron hacia Macumbo. A pesar de que el Instituto Nacional de Meteorología había anunciado una brusca bajada de temperaturas, hacía un día soleado, calmoso, que permitía disfrutar plenamente de los parajes que iban atravesando. Parecían estar disfrutando de un oasis de verano dentro de aquel largo otoño. Cuando llegaron a Macumbo, era cerca del mediodía. La ciudad se movía ralentizada mientras Sara y Jaime comenzaron a pasear por sus estrechas calles. Eran callejones oscuros con el sol al final del recorrido, pequeñas plazas donde un ramo de flores tendido en el suelo hablaba de un dolor reciente, imágenes de Vírgenes y Cristos a las que tantas veces Sara había pedido ayuda en su niñez. Pero hoy Sara no estaba triste, hoy brillaba con la luz de la felicidad.
-Mira Jaime, ésa es la casa en la que nací. Pensé que ya la habrían derruido después de tantos años.
-Por esta estrecha acera caminaba de la mano de mi madre mi primer día de colegio. Iba llorando. No sabía lo que me esperaba dentro de aquel edificio grande y vetusto pero presentía que no era algo bueno. Al traspasar el arco de la entrada, un hombre alto, con traje oscuro, me ordenó callar. Nunca más volví a llorar.
Jaime no osaba interrumpir a Sara. Se sentía cómodo a su lado y le conmovían sus palabras sinceras. Nunca la había oído hablar así en tantas largas tardes en la oficina del periódico. Las calles iban apareciendo ante ellos en el orden y con el ritmo que la narración de Sara requería, cerrándose al finalizar cada relato y abriéndose para dar entrada a la siguiente aventura.
-Este es el camino por el que paseaba con el primer hombre que amé. Era novio de mi mejor amiga y nunca fue consciente de mis sentimientos. Nunca me atreví a declararle mi amor, no tanto por lealtad a mi amiga, como por inseguridad en mí misma. No quería hacer el ridículo.
Cada calle era un historia, cada cruce, un encuentro, y cada farola, un amor que no llegó a ser en la temprana vida de Sara. Cada vez andaban más cerca el uno del otro, hasta que Sara cogió la mano de Jaime con la familiaridad con que los amantes habituales se acarician, sin ser conscientes de sus movimientos, porque la piel del ser amado es una continuación de su propio cuerpo.
-Siempre me ha dado miedo vagar de noche por las calles. Cuando salía con mis amigas, y volvía tarde, mi padre iba a buscarme y me seguía a distancia, escondiéndose por las esquinas para guardarme sin que ni mis amigas ni yo advirtiésemos su presencia. No me quería avergonzar. Pero yo lo sabía y me sentía segura sabiendo que él me acompañaba.
Aunque no habían planeado amarse, cuando regresaron al hotel estaba ya decidido que el amor sería el final de aquella noche, y el inicio de su nuevo futuro. Atrás quedaron sus vidas anteriores, sus problemas, sus hogares y sus aspiraciones. Nada parecía existir más allá de aquel día y las enmarañadas calles que rodeaban el pequeño parque, diáfano y cuadrado, donde se erigía el anticuado hotel donde se alojaban, con una palmera a la puerta, y una habitación con vistas.
Al llegar la medianoche, el suelo de Macumbo comenzó a curvarse lentamente siguiendo el ritmo de los cuerpos de Sara y Jaime. Los barrios de las afueras fueron elevándose formando colinas que rodearon el hotel. El movimiento fue extendiéndose al resto de planeta, modelando la superficie de la Tierra hasta formarse un enorme cuenco con Macumbo en su parte más inferior. Finalmente el gran cuenco terrestre se cerró cubriéndose la parte superior con una bóveda de estrellas. Cuando Sara y Jaime despertaron, el mundo ya había cambiado para siempre. Sara salió a la terraza, miró hacia abajo y supo que se encontraba en el centro del mundo.