sábado, 14 de enero de 2012

El último vuelo



Siempre he preferido volar bajo. Volar bajo me permite esconderme rápidamente en el caso de que un peligro me amenace desde el cielo y no herirme gravemente si accidentalmente pierdo el equilibrio y mi cuerpo se precipita inexorablemente contra la superficie de la Tierra.
Nunca he tenido grandes aspiraciones. He considerado suicidas a esos animales que creen que pueden llegar a ser los jefes de la manada y conseguir el respeto de todos sin reparar en que algún día aparecerá un ejemplar mejor dotado que acabará por devorarlos.
Hoy es mi último vuelo. Hace tiempo que mis fuerzas se están acabando. Mis alas se resisten a desplegarse al amanecer. Cuando oscurece, los recuerdos, las preocupaciones, los sueños y las realidades se amontonan en mi pequeño cerebro sin ningún orden ni estructura, sin poder distinguir lo que he vivido realmente de lo que me hubiera gustado vivir.
Hoy es el gran día. Mi amigo Einstein me acompañará a la montaña más alta. Ésa, cuyo pico siempre ha quedado por encima de mis posibilidades. Ésa, que nunca he podido subir. Cuando llegue a la cima, me lanzaré para dejarme arrastrar por el viento y sobrevolar todo lo que hasta ahora ha sido mi vida. Desde arriba apenas podré reconocer el lugar donde nací, ni el nido donde compartí el amor, ni el parque donde vago todos los días acompañado de mi buen amigo Einstein.
Siento que toda mi vida no ha sido sino una preparación para este último vuelo. No me olvidéis.

martes, 10 de enero de 2012

Cena de Navidad

Hace tiempo que no hay nada nuevo para Laura. Es una lectora asidua de la prensa escrita, tanto de las noticias como de los artículos de opinión. Pero esta actividad ya no calma su ansiedad. Su sed de cambio no se satisface con el usual fluir de las noticias. Amante de los debates políticos, Laura ha leído demasiadas opiniones, tantas... que ya ha olvidado las suyas.
- ¡Qué poco inspiradoras son las fiestas navideñas! - piensa Nati mientras baja de la buhardilla con el árbol de Navidad. Lo situará en el salón de su casa, al lado del gran ventanal y colocará las habituales luces intermitentes. Ésas con las que enseñaba a su hijo los colores algunos años atrás. - Mira Sergio, rojo, azul, naranja, ...- . Arropado por sus dulces palabras, Sergio tomaba el biberón mirando absorto el cambio de color de las luces de Navidad. Pero este año Sergio pasará las Navidades con su padre.
La madre de Laura y Nati aparece a eso de las ocho. Viene pronto para ayudar en la preparación de la cena. Cocina con la cabeza gacha, en silencio, pesadamente. Ya no recuerda en qué año vive, ni tampoco le importa. Los años siguen una rutina de cuando en cuando rasgada por un acontecimiento nunca esperado, una enfermedad o una muerte.
Ángel, el padre de Laura y Nati, llega el último vestido de huelga. Hacía tiempo que Ángel no se ponía su boina, ni se vestía una camiseta reivindicativa, ni ondeaba una bandera por la calle. En su juventud Ángel había luchado por un mundo mejor. Tan seguro estaba de que “su mundo” era querido por todos, que nunca se paró a preguntar a los demás qué mundo querían.
Al llegar las doce, todos los comensales están sentados a la mesa. Toman una copa de cava, sonrientes, mientras sus pensamientos permanecen prisioneros en sus propias vidas. Sólo Ángel cree aún que vive en el mundo de los demás.